Me encanta la National Geographic Magazine. Soy miembro de la sociedad desde 1984, tengo mi diplomita enmarcado en la pared de mi oficina. De más está decir que sigo a la publicación desde hace 20 años. Me conmoví con un artículo sobre Argentina allá por el 86, participé en un survey sobre el sentido del olfato (me mandaron un colgante de regalo), muchas veces me ayudó a entender en más en profundidad algunos temas no sólo relacionados con la geografía.
Hace unos meses que noto un cambio editorial en la publicación. No entiendo bien qué es lo que pasa, pero no me gusta. Comenzaron con un artículo sobre el “calentamiento global”, o “cambio climático” como le dicen ahora. No tiene nada de malo el tema, pero el sesgo pro teorías “hecastombistas” es muy marcado. Dan por sentado no sólo que el fenómeno constituye un riesgo sino que es causado por la actividad humana.
A este artículo le siguió otro sobre el aumento de la severidad de los huracanes y otros azotes de la naturaleza y su relación directa con el fenómeno anterior del “cambio climático”. Estos dos artículos, entre otros, hicieron que mucha gente cancelara sus suscripciones a tal punto que el editor tuvo que salir a decir que el compromiso de la revista con estos temas era central y que no le importaba perder lectores y apoyo financiero si ese era el precio que debían pagar.
El último número incluye un artículo sobre el fin de la era del petróleo, sin duda relacionado con el "energy bill" que se está tratando en el congreso de EEUU. Como si se tratara de una droga, una adicción maldita, sostienen que el mundo va a tener que buscar una sustancia alternativa para sus “fixes”, para sus dosis. En fin, tal vez no sepan que si pueden publicar la revista es gracias a la energía que genera el petróleo y otras fuentes.
Con el aumento del precio del barril, ya habían publicado otro artículo sobre el fin del petróleo barato. Puede que tengan razón, pero lo que realmente me molesta es que la solución que proponen es la de siempre. En lugar de dejar que sea el mercado el que decida cuál es la alternativa más eficiente, la tarea debe recaer en funcionarios iluminados, en el estado todopoderoso en su sabiduría eterna. Los inversores son demasiado entupidos para darse cuente de qué es lo que les conviene.
Los números que se manejan son escalofriantes. Por supuesto, cuanto más pobre el país más cara será la reconversión que proponen. Parecen no entender que no hay mecanismo más eficiente que los precios como incentivos.
En fin, parece que esta es la onda del futuro. Una interminable letanía de lugares comunes psicobolches y de corrección política.
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